Todo se enciende con tus ojos,
mis besos van prendidos
a tu cintura de nostalgias,
Tus escondidas callejuelas
me cuentan historias
que nunca olvidé.
Voy aferrada a tì como la niebla,
como los juncos
cimbreándose al viento
sin quebrarse
y tus raìces, tus raíces
crecen en mí como los sauces.
Amada Salas,
de lejos te diviso
y me llega tu voz como campanas
llamando a los suyos.
Desmesurada eres
en mi pecho interminable
y todo lo que me diste te lo entrego
porque forma parte de esa memoria,
de la herencia imborable
de tu sangre.
Me conmueven las primaveras
que brotan de tus labios;
esas cerezas
codiciadas por la infancia,
la luz de los almendros
enredándose
en las piruetas alegres de los niños
o esa lluvia fina
negándose a borrar
la huella de mis pasos.
¡Tierra mìa!
aunque te mire diferente,
siempre, siempre eres ma misma
y muero por estrecharte
entre mis brazos,
humilde campesina
con ese olor a leña seca,
al humo que ensalza tus tejados.
Aún escuchan mis recuerdos
el eco de tus plazas,
que quieren atraparme
dulcemente en su regazo
para rememorar
historias del ayer
escritas en tus manos.
Escucho al misterioso búho
arriba en la colina,
encaramado
al balcòn de la noche
acechando extraños sortilegios,
derramando en tus brazos
las mil estrellas de la noche
o escapando deslumbrados
con los secretos de la luna
para esconderlos
como un tesoro memorable
en este despeinado desvàn
de nuestra infancia.
Marian Alvarez.
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